Hace unos dias mi padre me entrego dos cajas pequeñas de lo que él pensaba que eran dos modelos en escala HO de unos obuses norteamericanos de la segunda guerra mundial.
El hombre al llegar a casa descubrió que las cajas no contenían los modelos montados sino las piezas para poder ensamblarlos. Y claro está, a sus 83 años no está para montar maquetas, prefiere jugar a Atlantic Fleet y Call of Duty en el ordenador...
Así que abusando de su posición me pidió que le montara los dichosos obuses.
Desde niño siempre me han gustado las maquetas, pasión que heredé de él, aunque debo decir que de pequeño no tenia mucho talento para ello como bien quedo demostrado cuando le ayude a montar la maqueta de Revell del USS Yorktown, cuyas grietas de ensamblado permitieron que repitiera el amargo final de su homónimo hermano mayor en la vida real, cuando sufrió un error catastrófico en las pruebas de flotabilidad que llevé a cabo en la bañera de casa. No me lo tengas en cuenta Papá.
El tiempo me ha enseñado algunos trucos, aunque el talento sigue siendo escaso, pero al menos ya me defiendo mejor así que me enfrenté a estos dos pequeños bicharrachos de la casa ROCO que os muestro a continuación.
El caso es que su montaje me ha traído buenos recuerdos de mi infancia en relación a mi padre. A su pesar pero finalmente cediendo me dejaba jugar con su colección de mini tanques de la marca EKO que de vez en cuando, y cuando su pobre economía le permitía, compraba en una tienda de la Plaza Mayor y con los que jugábamos batallas encima de la cama grande donde las sábanas recreaban las colinas de un lejano desierto.
La tanques americanos los acabé pintando a sus espaldas con los colores del Tzáhal y los rusos con los colores del ejercito egipcio... Tampoco me lo tengas en cuenta Papá.
De él he heredado la curiosidad por esos trastos infernales que pueblan los campos de batalla, aunque él nunca me hablara del dolor y la perdida que la guerra causa, de ese aprendizaje ya se encargaron los años. Lo cierto es que su pasión por la historia militar ha fomentado en mi el compartir sus mismas apetencias y aunque mis preferencias van más encaminadas hacia la mar sé que en su corazón late el del piloto de aviación que siempre quiso ser.
Así que vaya desde aquí mi agradecimiento por todos esos bellos recuerdos, por esas batallas en que mis hermanos y yo jugábamos contra el, metidos bajo una gran caja de cartón (a mis ojos un Sherman), con ranuras rasgadas a modo de mirillas, mientras recibíamos los impactos de las zapatillas que mi padre nos lanzaba por los ángulos ciegos, cual bazooka sobre los laterales de un Tiger, hasta que la pobre caja, cedía bajo los impactos y teníamos que batirnos en retirada.
Gracias Papá por imbuirme esa pasión por la historia y por todos los buenos momentos que conformaron mi infancia.
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